domingo, 6 de diciembre de 2009

Las despedidas

El tren se puso en marcha y muy despacio nos fuimos alejando hacia Madrid desde la estación de Castejón. Recuerdo a mis tías Conchita y Teresa agitando el brazo y sonriendo mientras se iban haciendo pequeñas y el paisaje se desdibujaba en la velocidad que íbamos cogiendo.

Recuerdo apenas los últimos días de los campamentos de verano. Las inocentes promesas de que volveríamos a vernos, el revuelo bajo las cinturas de los padres y la amenaza de los coches próximos a partir.

Mi casa de St. Gilles está ahora vacía. Los nuevos inquilinos, dos estudiantes francesas, trajeron todos sus muebles y a sus familias para reivindicar este suelo. Ahora se han ido a su país para pasar el verano. Como se encuentra la familia Simpsons la casa de la playa que Flanders les ha dejado cuando Lisa decide cambiar y consigue hacer amigos, mi apartamento está lleno de post-its con instrucciones para las tareas más básicas. Destaco dos por su contenido:

On a soif

(1 fois semaine)


Encontrada delante de las plantas.

On a faim

(chaque jour)


En la pecera.

Para instalar sin embargo el complejísimo dispositivo de belgacom no han dejado una miserable palabra.

Camille, la estudiante de cine francesa que hablaba inglés e italiano, fue la primera en marcharse. Era atenta y alegre, recuerdo que se pasó casi una tarde entera escuchando mis explicaciones sobre la historia de España y de Madrid. Que miramos incluso el google maps para que le enseñara las calles y rincones de mi ciudad emocionado. Que se reía siempre con mi pronunciación espantosa, que cantaba y hablaba sola desde el salón del apartamento. Ahora está en el hospital, intentando que le diagnostiquen una enfermedad extraña en los huesos.

Nunca me despedí de María Jesús. Era octubre en Madrid y los días grises cuando empecé el horario de mañana en la universidad. La línea estática del teléfono. Olvídate de mí. Nada, nada. Nunca. Contigo siempre me he preguntado por la diferencia entre el que es egoísta y quién simplemente no tiene nada que dar.



Ceno con Claire, Come y Jean Noell en la pizzería de debajo de casa la última noche. El apartamento está casi vacío y recién pintado. Los trastos de los tres años que llevan viviendo en la casa se acumulan en salón. Todos tienen manchas de pintura en la ropa y están destrozados de la semana de limpieza general. Jean Noell, el estudiante de sonido, regresa a Francia al día siguiente. Jean Noell con su imposible acento parisino y sus películas de Sergio Leone dos veces por semana. Claire y Come se van en dos semanas a Australia a viajar y a buscarse la vida y conocer el idioma y sus gentes. Gracias a Claire llegué a este piso, Claire, la chica belga que hablaba español por haber pasado su Erasmus en Valencia, la profesora de francés con quien discutía defendiendo el español por sus gerundios y su forma de hacer sentir cada palabra que se dice. Y Come, su novio, con su bata y desayunando formal en la terraza de la cocina a las ocho de la mañana. El que me salvó la vida de hecho cuando me quedé dormido en el sofá mientras la pizza se carbonizaba en el horno.

Era Agosto en Madrid y yo limpiaba los filtros de los aires acondicionados de una empresa de ingeniería en Tres Cantos. Era Cristina en bikini en una piscina perdida por las calles candentes de Delicias. La cerveza en el puestecito donde las mesas y sillas de plástico, donde accidentalmente se tocan las piernas y hay apenas una mirada. Era la terraza del bar de la esquina cuando la tarde cae azul y las gentes comienzan a salir después del agobiante calor que ha hecho durante el día. Las palabras que salen difíciles mientras se juega con los frutos secos intentando encontrar los kikos. Los tópicos que aprendimos en Al salir de clase para dejar a una persona, los segundos detenidos, los segundos rápidos y los adoquines grises de la acera cuando ya me estaba alejando y pensaba como un tipo duro, la cabra mecánica, qué te follen.

El turco sonriente de la tienda 24 horas de los chinos donde siempre compraba tabaco. El marroquí que me intentó secuestrar para que le pagara el retrovisor que rompí con la bicicleta. Los trabajadores sociales que escucharon mis veinte minutos de discurso en francés sobre los problemas con el alquiler para decirme luego que ahí solo trataban a familias desestructuradas y a alcóholicos. La place de Bethleen, las terrazas de la place de Bethleen, la pizzeria del italiano majete que contaba las historias de las fotografías mientras el cocineros sudaba frente al horno durante el verano. El grupo de chavales con su coche y su música medio árabe medio tecno que no me dejaba dormir. La sensación del exilio, los asturianos de la agrupación socialista de Bruselas. El español al que grité desde mi ventana para que se callara después de cuatro horas tocando borracho canciones de Fito. Davide, el italiano comprometido con todas las causas, el iraní ex-presidiario que nos contaba fascinado su viaje místico con el veneno del escorpión cuando hacía la mili en el desierto. Marc, Tijlus, Frederic, Nico, el cabrón de mi jefe, la señora Hyun, las tardes en Radio Alma pinchando a Victor Manuel, Planta catorce. Mi bicicleta. Páginas de Harry Potter en francés en el Parc de Bruxelles. Mi cumpleaños en Leuven, la tienda de videojuegos de Wavre. Elisa en el Cinq vingt trois, Elisa a pocos centímetros asustada por alguna escena de alguna película algún Domingo por la noche, la nota de buenos días que firmó con una cara sonriente. El salón de mi apartamento, la gente turbia del club minifoot, el día en que inundé dos pisos del edificio poniendo una lavadora, en el que me colé por error en una carrera de ciclismo, en el que acabamos en la comisaria cuando vinieron a visitarme mis amigos. La cortesía de los belgas, Foret de Soignes...

Con Mar dejé de hablar simplemente. A Yolanda le dije que podíamos seguir siendo amigos y seguir liándonos.

Voy terminando la cerveza Heineken que he comprado hace un rato en los chinos del barrio. Madrid se cubre de niebla y de gabardinas en invierno. Todo parece ir un poco más despacio. No sé si finalmente Davide habrá conseguido la bicicleta que dejé en el armario de las escaleras, si habrán tirado la cama que compré en el Ikea y que cargué por el metro con las manos y la espalda destrozadas. Camille y Jean Noelle habrán regresado al inicio del curso, con los días oscuros y la lluvia. No sé cómo le estará yendo a Cristina en Venecia, a Elisa en sus prácticas de la Comisión. Si será feliz el inglés de la clase de francés en Toulouse. O si conseguirán meter a Eslovenia en la Unión Europea finalmente. No sé cómo me hubiera ido en caso de aceptar las prácticas en Radio Alma y pasar unos meses más en Bruselas, en caso de aceptar la beca y haberme ido a Suiza todo este año. Madrid árido y melancólico, el frío que hace agachar las cabezas mientras el ruido de los coches entre el alumbrado nuevo de Navidad. La cerveza Mahou de los chinos atravesando aterido la calle del Desengaño.

domingo, 28 de junio de 2009

Ida y vuelta (II)

Lunes 8 de Junio

En la facultad de Geografía e Historia hay una cantidad sorprendente de adolescentes nerviosos que retuercen y arrugan sus apuntes por los pasillos. Descubro después que estos días se celebra el examen de Selectividad en mi facultad y que esa imagen se irá repitiendo hasta que termine yo mis exámenes. Intento estudiar mucho, de verdad lo intento.

Martes 9 de Junio

Donnez-moi quelques nouvelles qui ont attiré ton attention. La profesora de francés me mira expectante. Alrededor, en la sede del CSIM de Donoso Cortés, los estudiantes intentan solucionar sus matriculaciones para los cursos de verano. Ya la hemos liado, me digo. Un mes en Bruselas y sólo he hablado inglés en el trabajo, español con mi compañera de piso y por señas con todos los demás. Me animo aún así y lanzo una diatriba acerca del resultado de las elecciones y la paradógica (paradoxale) situación de un parlamento con mayoría de derechas tradicionalmente nacionalista en un proyecto supranacional y que intenta recoger el valiente legado de la Declaración de los Derechos Humanos y la ciudadanía universal como es la Unión Europea. La profesora es la misma que me hizo la prueba de nivel cuando volvía de Valencia en Octubre. Recuerdo que la parte oral me tocó con un treintañero comprometido socialmente que quería aprender francés para poder comunicarse con los niños marroquíes desarraigados que estaba integrando en la sociedad. Después de eso me pareció bastante absurdo decir que me había pasado el verano en Brighton cobrando por jugar a los videojuegos y me quedé callado. Como aquella vez, evidentemente, la profesora corta mi discurso enseguida y salgo del examen bastante satisfecho.

Los adolescentes siguen rasgándose las vestiduras a las afueras y en los pasillos de la facultad por alguna pregunta inesperada o algún tonto error. En la biblioteca decido que pregunten lo que me pregunten yo voy a hablar de Borges, de la metalingüística, Derridá y Baudrillard. No tengo tiempo para leerme ni la Biblia ni el oscuro libro de Berrio sobre la crítica literaria. Un libro, a todo esto, en la línea de todos los ilustres académicos españoles que se entretienen en pormenorizar dos posiciones enfrentadas y concluyen, como no podía ser de otra manera, que la solución es proponer una teoría que integre a ambas. Lo que probablemente a nadie se le había ocurrido antes.

Miércoles 10 de Junio

Siempre me pongo muy triste antes de los exámenes. Hoy tengo dos. Mis dos últimos exámenes como universitario. De camino en el coche me viene a la memoria la cabecera de los Soprano, una serie que nunca he visto, pero que conozco por la excelente versión de los Simpsons cuando los mafiosos de Springfield se dirigen en coche a asesinar a Homer porque éste es un honesto y eficaz jefe de policía. Así, miro desafiante el campo de golf al Este de la M-30, el parque sindical al otro lado, la verja del palacio de la Moncloa cuando paso por debajo de la nacional VI.

Cinco horas después fumo relajado de camino al coche mientras siento cómo todas las ideas y los esquemas se van resquebrajando y desapareciendo de mi memoria. Los adolescentes preuniversitarios gritan y dan saltos mientras se emborrachan a kalimotxo o sangría, alguna pareja discute y llora un poco apartada de su grupo respectivo, varios chavales han encontrado unas almohadas y juegan a darse puñetazos divertidos porque no les duelen.Voy escuchando en repeat el pasodoble Suspiros de España mientras camino por Principe Pío hacia el parque de Atenas. Junto a la fuente bebemos. Hay un cubo con sangría y los cuatro litros de kali que acabo de comprar en los chinos. Tirados en el césped nos vamos emborrachando y alzándo el tono de voz. Diciéndo todo aquello que nos hemos ido guardando. Por un lado tratan de resolver sucesiones de acertijos largos y complejos en los que hay que preguntar constantemente. Yo participo en un trivial sobre la enumeración alfabética de tipos de máquinas. Vamos bastante borrachos cuando descubrimos toda la gente que se ha ido y la falta de un plan atractivo para la noche. Optamos por Malasaña y una fiesta de despedida Erasmus. Sebas se va cayendo como de costumbre por las aceras mientras trata de blasfemar sentencias cáusticas. Fran va hilvanando paradojas ante el público mientras espera estar suficientemente borracho para su metamorfosis definitiva en showman. Aún quedan amigos dispersos de la fiesta de cumpleaños de Miguel. Aún gente de mi antiguo colegio.

No voy demasiado borracho en La Ofrenda. Hay como siempre alguna canción muy buena después de una larga espera entre el calor y los empujones en el espacio reducido del bar. Hay alguna conversación entre el ruido de la música y los gritos y el entusiasmo de los heavies haciendo que tocan la guitarra. Está la canción estúpida con que nos dan a entender que van a cerrar el bar. Tal vez suena Miña terra galega. Las sentencias en voz alta cuando toda la gente se marcha. Las calles frías de las seis de la mañana. Las cervezas de los chinos. Una voz y acaso un guitarra ya perdidas.

Jueves 11 de Junio

Hacia las once de la mañana discuto con Fran sobre el relativismo histórico de la estética de occidente en un bar casi vacío de Gran Vía. En algún momento nos entusiasmamos y empezamos a hablar en inglés. Un par de señoras comen en silencio sus ensaladas entre el humo de tabaco y nuestra discusión de borrachos de mediodía. Hacia las dos de la tarde despierto confuso en el 133 en Mirasierra. Camino entre el calor y con la vista borrosa hacia casa. Intento dormir un poco antes del viaje, mi avión sale a las 20:00.

Llego a la conclusión de que comprar el billete en Brussels Airlanes ha sido una buena idea cuando en el mostrador me permiten con amabilidad llevar mi guitarra conmigo en el avión sin ningún problema. Me voy desencantando poco a poco cuando nos hacen esperar una hora en la sala de embarque, cuando nos llaman a los pasajeros y nos explican gritando que el avión no puede salir, que hay problemas técnicos, que el siguiente vuelo sale por la mañana y que vayamos a otro mostrador para obtener más explicaciones. Realmente me apetecía estar ya en Bruselas, me caigo de sueño cuando intento que me paguen el taxi para volver a casa ya que -les digo- no voy a disfrutar de la habitación del hotel pagada ya que vivo aquí, en Madrid. Después de la habitual sucesión de pasajeros indignados invocando sus derechos y maldiciendo a la malvada compañía consigo mi taxi y me vuelvo a casa.

Viernes 12 de Junio

He dormido realmente poco. Son las cinco de la mañana. Me toca un taxista chino sorprendentemente hablador que me va comentando el tiempo y preguntando mis motivos de viaje. Casi no puedo hablar. El vuelo sí sale esta vez, cabeceo entre las nubes y me despierto para mirar por la ventanilla los campos verdes de Bélgica mientras descendemos hacia el Aeropuerto Internacional. De nuevo Gare du midi. El metro con la guitarra y el portátil. De nuevo el apartamento en St. Gilles, mi compañera de piso italiana que ya ha terminado su stage y que mira divertida mi pinta de boy scout con bermudas y una funda de guitarra a cuadros. De nuevo la bici hacia Uccle, la voz chillona del jefe y las largas horas cayéndome de sueño. Vuelvo con una alergia espantosa. Moqueo y estornudo junto al gato hasta quedarme dormido en el sillón.

Epílogo: Sábado 13 de Junio

Hacia las seis de la mañana subo por la Avenue Louise junto a varios españoles y un confuso alemán de Erasmus. Mi compañera de piso italiana y su amigo se fueron hace bastante. Yo regresé desde el Recyclart hacia el extraño garito en el que estábamos en busca de la chica de Pamplona que sabía tocar el ukelele. Sorprendentemente conseguí encontrar el bar y a la chica de Pamplona que ensayaba los acordes de Soldadito de Bolivia con el terriblemente complejo y alegre ukelele, terminamos cantando la bamba, que es más fácil, y una repetitiva canción tarantella. La Grand Place desierta y el sonido del ukelele, el chaval que llega de improviso y que saca una guitarra de verdad justo cuando viene la policía y nos anima a recoger el chiringuito. La búsqueda y el camino hacia las seis de la mañana. Discuto sobre el nacionalismo y sobre Madrid. Creo que me emociono demasiado y los españoles periféricos se cabrean y me echan del grupo. Regreso a St. Gilles, la idea de cenar pizza tiene muy buena pinta.

Una hora y media después mi compañero de piso belga me despierta del sillón muy nervioso. La casa está llena de humo. Los demás se van levantando y salen hacia la terraza a respirar un poco de aire. Me he dejado la pizza en el horno.

jueves, 18 de junio de 2009

Ida y vuelta (I)

From Brussels (Charleroi) (CRL) to Madrid (MAD)Thu, 04Jun09 Flight FR5465 Depart CRL at 18:00 and arrive MAD at 20:15

Salida: Jueves 11 de Junio de 2009 , 20:50 hs. desde MADRID,SPAIN (MAD)Terminal :4

Llegada: Jueves 11 de Junio de 2009 , 23:10 hs. a BRUSSELS,BELGIUM (BRU)

Jueves 04 de Junio

El jefe está especialmente pesado esta mañana. Parece que le jode que me vaya una semana a España y no para de mandarme recados con su voz chillona y melódica que siempre le hace merecedor de una buena colleja. A la una y media ya me estoy poniendo nervioso, a menos cuarto recojo el equipo y le encargo Fred la última tontería, yes, yes, to .bmp, .bmp?, .bmp.

Well, I have finished everything (miento), I am sorry, it is not me, it is the university... good bye, good bye.

Cuando ya estoy abriendo la puerta para marcharme escucho la voz chillona del jefe: Chocolate!, me vuelvo; what?; you are carrying chocolat to Spain?; ah, sí, sí, mucho chocolate, hala, hasta luego. Pedaleo con ritmo hasta casa. Llamo al timbre. No hay nadie, perfecto, las llaves las tiene Fran, llamo al móvil. Mientras suenan los tonos voy pensando en el recorrido de la señal desde Bélgica hasta España y hasta Bélgica otra vez. Vaya pasta. Fran, capullo, dónde coño estás; ya llego, ya llego. Mientras viene me siento en un banco y escribo a mis compañeros de piso diciéndoles que me voy a España, que tengo que terminar la carrera, que les dejo los euros de la luz y que me cuiden la bici. Para despedirme y para que se note que he aprendido francés termino con un cáustico: Madames, Monsieurs, recevez l´expression de mes salutations distinguées.

Fran llega finalmente. Gare du Midi. Sospecho que el conductor del autobús hacia Charleroi es el mismo que el del primer día en Bélgica, sonriendo indiferente mientras me liaba preguntando si su autobús iba a Bruselas o no. En el mostrador de Ryanair le hacen pagar a Fran 40 euros de más por alguna estupidez que nadie quiere hacernos entender. Al embarcar hacemos cola para encajar las maletas en el contenedor de metal inquisitivo de Ryanair. Ryanair nos bombardea durante todo el vuelo con todo tipo de productos y promociones aburridos y absurdos. El vuelo de Ryanair FR5465 llega a Madrid con media hora de retraso. Decido no volver a Bruselas con Ryanair y me compro un billete con Brussels Airlines.

Madrid caluroso y seco. Como siempre que regreso miro desde el avión todos los campos de cultivo y me entretengo buscando Torres de la Alameda, el pueblo donde María Jesús daba clases de lengua y literatura. Giramos a la derecha en la Avenida de la Ilustración - al fondo quedan los arcos y la Vaguada - miro de nuevo el hotel que tapa la vista de la sierra desde mi habitación, escucho de nuevo su fuente y las voces animadas y elitistas de los huéspedes. Mi habitación está contenida en varias cajas dispersas por el suelo. Hay papeles dispersos por la mesa, el ordenador, el Starcraft con el que paso la noche mientras la fuente y los ruidos fuera.



Viernes 5 de Junio

Subo por Cea Bermúdez y localizo el Instituto de Ciencias de la Educación siguiendo a una compañera de clase que creo reconocer. En la secretaria me entregan el justificante de las prácticas para mi tutora, me dicen que no tienen mi título y ni siquiera me felicitan por haber aprobado, como yo pensaba.

Trato de sacar algún plan adelante durante la tarde. Algún plan que mejore la triste despedida cuando el Madrid había perdido frente al Barça y la calle estaba repleta por Sol pocas horas antes de la salida de mi vuelo. Llamo desde la Vaguada, el centro comercial al que siempre he regresado como a un refugio donde los colores chillones y la felicidad aséptica, compro un regalo para mi hermana, miro las novedades en juegos de ordenador. Del Starcraft 2 no se sabe nada todavía.

El Museo del jamón de Gran Vía está repleto de gente que grita y mantiene discusiones acaloradas. Voy por la tercera cerveza cuando relato alguna aventura por el extranjero, cuando pregunto cómo van las cosas por Madrid. Nunca pasa nada en Madrid, pienso circunspecto. Pero sé que no es verdad. Sé que unicamente yo no estoy allí. El plan se presenta tranquilo. Cuando cierran el bar vagabundeamos por las calles aledañas a Gran Vía en busca de un lugar donde tomar la última. Blanca y su amiga ya se han ido. Miguel y Torralba conversan sobre el trabajo y la vida. Al otro lado se ha suscitado un debate acerca del aborto y de las nuevas leyes. Estamos solos en el bar, subiendo por la calle Leganitos. Casi como un acto reflejo invito a todos a las cañas, debe de ser una de las primeras veces.

Sábado 6 de Junio

Llego borracho a las diez de la noche a casa. Nos hemos inflado a mojitos por las calles y terrazas de la Latina. He gastado mis últimas libras que traje de Londres. Aquellas de Gatwick la larga noche de regreso de Chipre. Desde la Cava Baja y LaTina Turner, las tapas y las cañas escuchando el español alrededor por las calles repletas de gente y el buen tiempo. Regreso borracho a las diez de la noche. Tocan los Suaves en Aluche a esa hora. Mañana tengo que estudiar, examen el Martes, exámenes el Miércoles, Asturias, Bruselas otra vez. La Latina alegre, los ruidos frenéticos de platos y tenedores, los gritos para captar la atención del siempre atareado camarero a las tres de la tarde. Siempre que regreso me acecha la duda de lo que he dejado en Madrid. De si hubiera merecido la pena quedarse y por qué, por quién. La borrachera pausada del ron a las diez de la noche y la fuente del hotel, las conversaciones animadas que suben hasta la ventana de mi habitación, la noche cálida. Escribo, como tantas otras veces, un mensaje a Cristina. Recuerdo la noche en que la escribí un fragmento de Los caminos de la tarde, hace algunos años. Mientras tecleaba concentrado en el metro debí de quedarme dormido, el metro se averió y me desperté confuso en las cocheras rodeado de trenes vacíos y sin saber muy bien dónde estaba. Durante la vuelta borré todos sus mensajes y su número. Cristina responde, está estudiando. Yo también debería estudiar mañana.

Domingo 7 de Junio

El polvo me da una alergia espantosa. Estornudo y moqueo mientras traslado enfadado las cajas desde mi habitación hasta el trastero. Cuando están todas allí me dedico a abrirlas una a una en busca del CD original del Starcraft Broodwar que quiero llevarme a Bruselas. El CD no aparece. Subo triste a mi habitación vacía. Intento estudiar con los ojos y la nariz enrojecidos. Crítica literaria II con Berrio, la Biblia y su repercusión en la literatura occidental, a veces tengo que parar y limpiar las páginas manchadas por las lágrimas que van cayendo.

miércoles, 3 de junio de 2009

Noche en la ciudad

Después de dos semanas trabajando y pedaleando sin descanso decido conocer la ciudad de noche. Tras investigar un poco por internet y escuchar concentrado los oportunos consejos de mi profesora de francés, opto por los conciertos de Botanique. Sábado 16 de Mayo, el programa parece interesante, grupos folk-rock-pop y una carpa donde se desarrollará el atractivo concepto after-party. El concierto folk-rock-pop comienza a las 8 de la tarde, el grupo se llama Soy un caballo. A mí siempre me ha gustado el folk, desde que era joven y me iba a emborrachar a Ortigueira con las gaitas por las calles y el puerto y la lluvia y el camping repleto de punkis y de raves de andar por casa. También el rock, por supuesto, incluso me compré una guitarra eléctrica con la que aprendí a tocar Barricada y a bailar en los bares de heavys. Y el pop por último, por muy malo que sea, siempre se deja escuchar.


Tomo unas cervezas en casa antes de salir. Para coger valor. Las Westmalles y Leffes van bajando entre Recuerdos de la Alhambra, The passenger, Pongamos que hablo de Madrid. Pienso en escribir a España. En escribir a personas a las que no escribiría de no ser porque estoy lejos y tal vez melancólico. It ain´t me babe, de Bob Dylan. Mi compañera de piso francesa entra con su compra y sus ojos grandes que no entienden mis balbuceos. Me siento bastante estúpido emborrachándome solo entre la música y los cigarrillos y decido recoger el equipo y marcharme, ya es casi la hora.


Atravieso Chausée de Forest, el club Mini foot donde los turcos juegan a mirarse a ver quién es más duro. El metro con los cascos y canciones que he escuchado desde que dejé Madrid, desde Londres y los autobuses aburridos que se mueven por los pueblos de Soria. Llego a Botanique con tiempo, Botanique, donde el hostal Van Gogh y la primera noche en Bruselas, las calles vacías de Domingo, mojadas, las búsquedas y los teléfonos y aquella cajera que me hablaba sonriendo en portugués. En la entrada del lugar hay congregada una pequeña multitud confusa y varios puertas severos que se balancean lentamente. Entro decidido y borracho, bajo las escaleras y espero en la cola entre grupos de jóvenes dicharacheros que se miran suficientes conscientes de lo que molan. Las entradas para la after party se han terminado, no queda más remedio que el grupo pop-rock-folk: Un tickét pour Soy un caballo s´il vous plait. Subrayo lo de Soy un caballo, para que se note que lo digo bien, vingt eurós, merci, vous suivez tout de suite et c´est la porte à la droit.

Al fondo a la derecha. Noto que me voy alejando de las carpas, las risas y los gritos de fuera, noto que la luz se va tornando tenue y que comienzan a aflorar personajes con camisas hawaianas y parejas tiernamente de la mano. La sala tiene pinta de coffe shop indio o de un fumadero de opio, tal y como los imagino, ya que nunca he estado en ninguno, con muchos cojines y alfombras e instrumentos extraños de curiosos, pero nada melódicos seguramente, sonidos. Soy un caballo está compuesto por una cantante inglesa a la guitarra que apenas habla francés y un hippie barbudo al piano. Me da la sensación de estar escuchando Blowing in the wind constantemente así que decido seguir a lo mío y emborracharme hasta cantar solitario por las calles extrañas. En la sala, como era de esperar, no se puede beber ni fumar, e incluso temo, ingerir productos cárnicos. Salgo en dirección a la música electrónica, a las carpas estériles, a la gente con gafas de sol y rezumando éxtasis por sus poros. Pido una cerveza y me siento en las escaleras del jardín, fumo, admiro un poco el ocaso sobre la excelente vista de Bruselas desde ese sitio, un poco los ritmos atenuados que salen de la carpa donde la gente lo estará probablemente dando todo. A pesar de la borrachera no me decido a hablar con nadie, acaso voy pensando en España, en la siguiente cerveza, en el mp3 de mi bolsillo y el concierto aburrido al que tendré que regresar.

A la vuelta han sustituido al barbudo hippie por un grupo diverso y no menos hippie de instrumentos folclóricos entre los que destaca únicamente una especie de estantería con algo parecido a vasos de cristal o pequeños tambores que ya no distingo entre la borrachera, la oscuridad y los sonidos repetitivos y extraños de la duodécima versión de Blowing in the wind que estoy escuchando. A mi alrededor poperos gafapastas hacen gestos mecánicos entre la indiferencia y la aceptación tácita de lo que ven. El concierto se alarga hasta lo insoportable entre las ganas de fumar y la lentitud y la repetición. Espero a los aplausos entre canción y canción y me marcho de allí.

De nuevo Botanique. Deben de ser las once de la noche. La noche cálida, los grupos de jóvenes alzando la voz, mis pasos solo, el metro, otra vez, el metro hacia Porte de Namur, por supuesto, Chausée d´Ixelles, la calle sinuosa y en bajada, Place Flagey, Flagey reformada y nueva, el café Belga de enfrente, el bar irlandés donde acabo bebiendo solo una pinta mientras el Madrid pierde ante el Villarreal y la peña del barça allí reunída da palmas y gritos eufóricos. El bar irlandés de los chupitos de tequila a tres euros, el bar irlandés mientras la plaza en obras, destripada, mientras Maude allí enfrente en el café Belga escuchando indiferente y arrogante otro concierto de poperos gafapastas con guitarra, allá lejos, lejos sus ojos azules y sonrisa de lolita, su silencio al caminar entre las vías de la plaza en obras cuando sabíamos que no íbamos a volver a vernos. Cuando la noche después se volvió oscura y era el tequila y los bares y la gente extraña, el autobús, las vías sobre la plaza desnuda, el frío de Bruselas a esa hora, después, cuando regresábamos y nos perdimos y tuvimos que dormir en un cajero.

Merci beaucoup, Maude, merci beaucoup.

Miro de lejos el café Belga con la terraza repleta y la gente animada. Silbo borracho el trémolo de Narciso Yepes mientras Recuerdos de la Alhambra. Regreso. El concierto ha sido decepcionante.




domingo, 24 de mayo de 2009

Segundo Corolario


El club de la lucha. El día de la marmota. El mito de Sísifo, de Albert Camus. El viaje de Chihiro. Blogger.com.


Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.


Momentos difíciles. En la universidad te enseñan que vas a cambiar el mundo, que la realidad se construye sobre las ideas y los enunciados que van más allá de la repetitiva cotidaniedad vulgar de alrededor. Aprendes versos antiguos, versos profundos, arriesgados, sorprendentes, fascinantes teorías, lees sobre todo lo que podría haber sido y crees que la realidad es posible, contingente y no necesaria. Luego empiezas a servir cafés y te vas desencantando poco a poco. El desengaño de Shopenhauer. El horrible rasgarse del velo de Maya hindú para descubrir aterrado lo que hay más allá.


Phil Connors es condenado por su arrogancia y egoísmo a revivir un día especialmente desagradable para él. El dia de la marmota, una celebracion folclorica en un pequeno pueblo donde abundan los personajes dando saltos y la musica candida e inocente (el Sabado estuve en las fiestas de St. Gilles, pero eso va en la siguiente entrada). El arisco reportero atraviesa todas las etapas metafisicas de la existencia hasta llegar a la iluminacion: - no recuerdo exactamente el orden - la sorpresa, el miedo, la tristeza, la aceptacion, el hedonismo, el cansancio, la muerte y la resurreccion (a traves del amor y la solidaridad).


El engranaje de la realidad es bastante macabro. Los días se repiten con horror y a veces te dan ganas de salir a la calle gritando como el típico pringao de una película de catástrofes - !Vamos a morir ! !no os dáis cuenta! !ahh!, a veces el pringao es afortunado y vuelve en sí gracias a la oportuna bofetada o colleja que le propina el héroe, desgraciadamente, en la mayoría de las ocasiones, sale corriendo sin ton ni son y acaba devorado por el monstruo, el alien, muerto por los soldados enemigos o ahogado en el océano. Para acojonar.


Muchos días, cuando acometo la jodida cuesta de la Rue Vanderschrick a las ocho de la mañana, se me viene a la cabeza la mueca de asco de Phil Connors sumergido en su pesadilla; las palabras de Albert Camus sobre el mito de Sísifo mientras el torpe empedrado de la calle va haciendo traquetear la rueda de la bici. Sísifo no es un héroe griego estándar - con muchas batallitas y fraticidios o parricidios diversos - sino que encaja más en el perfil del típico listo. Miente y roba a los viajeros y escapa a la muerte en dos ocasiones ( la segunda es sin duda la mejor: Sí, sí, ahora vuelvo, que me he dejado el tabaco ahí arriba). Por sus crímenes Sísifo es condenado a arrastrar eternamente una roca hasta la cima de una montaña. Una vez en la cima, o poco antes de llegar a ella, la roca vuelve a caer y Sísifo a descender la pendiente para recomenzar de nuevo todo el proceso. Eternamente.


Chaussure de Waterloo hacia arriba. Intento cambiar de marcha porque llego tarde. Los cascos que repiten las mismas canciones de ayer y anteayer. La carretera, la vista en la carretera porque aprieta la pendiente y son a veces los frenos, los rostros de los conductores tranquilos fijos sus ojos en el disco del semáforo. Es el traqueteo constante y el click mecánico de la marcha cuando hay un respiro, cuando hay una pequeña cuesta y el aire en la cara, la canción precisa, el semáforo, los conductores. Luego es servir cafés y pelearme con la máquina para profesionales, escuchar idiomas que no entiendo, recoger el friegaplatos. Termino tarde y pedaleo distraído y cuesta abajo hacia casa. Pienso en qué cocinar de cena, en el colchón en el suelo de mi habitación vacía, el móvil con la alarma para la mañana siguiente.


La lutte elle-mêmme vers les sommets ça suffit à remplir un coeur d'homme. Il faut imaginer Sisyphe heureux.


Sísifo mortal y feliz. Sísifo descendiendo la montaña inocente y orgulloso mientras contempla el horizonte fugaz e inmenso que ha conquistado. Yo regreso a casa sin más plan que la cena o la partida de Starcraft solo en el salón. La ciudad extraña, la lengua indescifrable y esquizofrénica con sus ojos que me miran como si fuera un niño o fuera tonto.


Hay muy poco en común entre ser becario Erasmus y becario Leonardo. Siendo Erasmus caes en una red social tejida a través de leyendas y mitos y tienes un objetivo muy claro: 1. darlo todo, 2.emborracharte a muerte, 3. drogarte a muerte, 4. tratar de follarte a todo lo que se mueva. Siendo becario Leonardo por otra parte parece que caes en la nada. La gente te sonríe y se alegra y te felicita cuando les dices que te han dado una beca para ir a Bélgica. Llegas allí con ilusión, con ganas, duermes estoico en tu litera del hostal remoto rodeado de mochileros que de repente se te presentan demasiado hippies, demasiado ruidosos para las once de la noche porque al día siguiente tienes que irte hasta a tomar por culo entre conexiones de metro y tranvía que no conoces a las siete de la mañana. Descubres que te vas a pasar varios meses sirviendo cafés, recibiendo broncas en idiomas que no comprendes y hablando por burdos gestos con tus compañeros de trabajo intentando preguntarles en diversos idiomas cómo se puede desbloquear una capa para añadir una máscara vectorial de distorsión gaussiana en el Photoshop.


Me vienen a la cabeza sentencias de Adam Smith y de Hobbes, las frases de barrio que nunca conocí, la canción al final del viaje de Chihiro con el fondo triste tras los títluos de crédito. Chihiro plantándose frente a Chubaba, Chihiro temblando frente a la bruja que escupe con desidia frente a sus balbuceos:


Quiero trabajar... quiero trabajar... quiero trabajar


Así que pensé en lo que me gustaba antes de que el alcohol y las drogas llenaran mis noches y sus resacas ocuparan mis días. Así que me hice socialista. Leí detenidamente los cuadernos de viajes de todos aquellos que habían acabado por una razón o por otra en esta ciudad, en Bruselas, comencé a escribir este blog mientras el vaso de cerveza los viernes sin más plan que alguna canción en el ordenador y las teclas y recuerdos.

martes, 19 de mayo de 2009

Corolario a estas dos semanas. Primero.

Hace mucho que no estudio matematicas pero me gustaba mucho eso del corolario al final de una farragosa teoria. Una forma de concluir, pero elegante.

Un poco de literatura: Los días se alargan perezosos y el calor va extendiendo una vibracion extraña entre el paisaje transformado. La ventana de mi habitacion en St. Gilles da completamente al este, a las seis de la mañana me despierto conmocionado y sudoroso pensando que ya llego tarde. La reacción se repite tambien a las siete, a las siete y media y a las ocho y diez, a esa hora al fin, sí llego tarde.

Desde St. Gilles hasta Uccle casi todo el camino es cuesta arriba. En cuanto salgo de la puerta es el plato pequeño y el piñón grande de la mountain-bike para niños que me ha dejado mi jefe, son los diez años de fumador y videojuegos en las piernas y pulmones, el sueño y las frías y a veces lluviosas mañanas de Bruselas. El Sábado intenté comprar un vélo de cours en el mercadillo de Jeu de Balle, una bici que fardara más entre las amistades y me ayudara a reducir los 30 minutos de marcha forzada hasta el trabajo. Las negociaciones con el turco fracasaron sin embargo cuando éste vio en mi mirada el destello infantil del deseo. Joder, me gustaba aquella bici.

_ Soasanta euró
_ Nada, nada, cuarante, que no tengo más dinero.
_ Pues ahí te quedas chaval

Y se fue. Así que la mountain-bike para niños, que aunque no farda tanto al menos tiene guardabarros y timbre.

¿Tiene usted el paraguas?
Avez-vous le parapluie?
No, señor, no tengo el paraguas.
Non, monsieur, je n'ai pas le parapluie.

Juro que cuando me dieron la beca Leonardo no falsifiqué los certificados que decían que yo era un usuario independiente de la lengua francesa, nivel B.1.1 según el Marco de Referencia Europeo. Pero es llegar aquí y se te viene el mundo encima.

1. No te enteras de nada.
2. Nadie te entiende y te tratan como si fueras un niño.
3. Intentas gestualizar para expresarte y de niño te pasan a tratar como si fueras gilipollas.
4. Descubres amargamente que en Bélgica además de francés hablan flamenco, que los metrobuses vallones no valen en los transportes flamencos y que si le preguntas a un belga sobre el tema ya tienes una hora al menos de diatriba política.

A mí es que no me sale hablar en francés. Siento como que no digo nada. Las palabras son demasiado cortas y además aquí sólo se llevan las agudas; con lo bonitas que son las llanas, lo enfáticas las esdrújulas que parecen convocar en sí mismas a los objetos que designan. Así que para llenar la sensación de vacío que me queda en cada frase no me queda más que hacer muchos gestos y claro, ya tenemos la cara de pero éste de qué va, monsieur, que está usted en un banco.

Al llegar a cualquier ciudad nueva, solo, con tu maleta y la dirección de tu trabajo apuntada en un papel arrugado junto a tu tarjeta de embarque de Ryanair, los primeros encuentros lingüísticos suelen girar en torno al verbo avoir. En los comercios y ventanillas todo marcha bastante bien, con un poco de avez-vous la cosa se suele solucionar aunque sigas sin enterarte de nada. Los compañeros de piso sin embargo suelen flipar bastante cuando te acercas con tu cara de la hemos hecho buena y te lanzas:

Avez-vous un desatascateur?

Para tratar temas delicados soy incapaz de fijar la atención del oyente con un simple a-toi, no me sale. Pero claro, se te va quedando la muletilla y ahora les hablo a todos de usted. No es que sienta un respeto reverencial por todos los europeos ni que el pequeño Paco Martínez Soria que todos los españoles llevamos dentro cuando salimos de nuestra tierra me dicte mis palabras, pero es que sencillamente no me sale.

Una vez que felizmente empiezas a manejar los primeros conceptos sencillos, aiguille : aguja, ampoule : bombilla, super-merchat : super-mercado, peubelle (no confundir con poulet) : basura, comienzan los conflictos culturales. Esto tiene su lado bueno y su lado malo. Cuando les pregunté a mis compañeros de trabajo qué cervezas debería probar, al día siguiente me trajeron una pequeña selección de greatest hits cerveceros, que si la Duvel, la Leffe, la Chimay, ésta de sabor a uva, la verdad es que el final todas me sabían más o menos a lo mismo, porque ya iba bastante ciego, pero claro, eso a un belga no se dice.

Por otro lado la cosa se complica bastante cuando intentas hacer la compra después de llegar del trabajo, imposible, toda gran y mediana superficie está cerrada a partir de las seis y media en esta ciudad, así que desolado (pero desolado en serio, no desolé, que aquí es una triste frase burocrática), te metes en un chino aleatorio, que aquí es turco, y te haces con tu pasta de un euro y tu arroz marca Garrido.

Últimamente he conseguido llegar a un arreglo haciendo la compra en la hora de la comida del trabajo. Lo malo es que los Lunes y Miércoles, que tengo clase de francés, me planto allí con el jamón de York, el lomo de cerdo envasado al vacío y mi salsa agridulce metidos a presión entre los libros y el cuaderno. Es en esos momentos cuando sientes crecer una boina de pana en la cabeza al ritmo de las miradas de los compañeros, a la vez que pones tu sonrisa de idiota y murmuras: vous savez, le temps....

domingo, 17 de mayo de 2009

El Regreso

…la vuelta de los dioses que, después de la cíclica batalla en que nuestra tierra perecerá, descubrirán, tiradas en el pasto de una nueva pradera, las piezas del ajedrez con que antes jugaron.

Jorge Luis Borges, La flor de Coleridge, Otras Inquisiciones.

The Simpsons 4F19, El enemigo de Homer, 7x10 El director y el pillo, Robin Hood, el príncipe de los ladrones, Diablo 2, El retorno del rey, Odisea.

Milhouse, vestido de guardia de seguridad hace la ronda por una fábrica abandonada adquirida poco antes por Bart Simpson. Distraído y dando pequeños sorbos al café, en la noche y entre el ruido leve de las patas pequeñas de las ratas más abajo, exclama con abnegación:

Sí señor, ésta es mi vida, al menos he llegado más lejos que mi padre.


Yo solía repetir esa frase en la cabeza cuando hablaba poco, cuando me sentaba a fumar en el banco de piedra de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, la facultad enterrada en esa pequeña vaguada a las afueras de Madrid, la facultad gris y triste, los tiempos difíciles y las frases cáusticas - como la de Milhouse - que después de un tiempo se revelan huecas y se deshacen ante el horror profundo del caos. Cuando los días aún analógicos, las frases en la cabeza y las miradas esquivas, el suelo de la facultad cubierto de papeles por las huelgas y las manifestaciones en contra de la guerra de Irak, los versos torpes, los versos cáusticos y el empeño absurdo por callarse.

Me acuerdo de esa frase porque resume bastante bien mi vida antes de irme. Por supuesto pasaron batantes años allí en Madrid antes de mi partida, ocurrieron dramas, tragedias, sorpresas y revelaciones, historias, momentos, canciones y labios. Hay una especie de ficción gravitando sobre todo ello ahora. Mi recuerdo se confunde con la ingenuidad de Milhouse diciendo palabras demasiado pesadas para las agradables tardes de dos a tres en Antena 3, todos los días.

No dejo nada en Madrid. Hace unas horas la he llamado, me doy cuenta que desde el mensaje de ayer no me ha contestado, me siento muy estúpido, muy estúpido, cuelgo cuanto antes, espero que te vaya todo bien, cuelgo, me siento estúpido, su silencio, su frialdad, Camino Soria. Nada en Madrid, nada.

Los versos de Antonio Machado: "Tus ojos me recuerdan / las noches de verano / negras noches sin luna / orilla al mar salado" rebotan y se apagan por las calles sucias de Malasaña donde despierto aún borracho antes de irme. Después fue Septiembre y Londres, fue Camden Town, fue el éxtasis y la música electrónica, fue sobre todo el videoclip de Trainspotting con la canción "Think the way" de MC. La ciudad de los espectros, el laberinto roto.

Allí nadie se mira a los ojos cuando camina por la calle vertiginosa y repleta de presente y de urgencia. Allí pudimos escapar de los pasados. Allí aún caminan fantasmas que han conseguido olvidar su tierra arrasada de recuerdos.

Regresé a finales de Agosto del año siguiente. Madrid abrasado y lento, la ciudad conocida por donde me muevoo como si aún llevara las zapatillas de andar por casa, como si aún fuera a la cocina a coger algo del frigorífico. Las frases aburridas de nuevo en español, la cansada y antigua facultad de Geografía e Historia, el calor, la opresión de las paredes y la soledad. Las tormentas por la noche en el silencio de mi habitación con el ritmo de noticias actualizándose en la web, accidente de avión en Barajas, atentado terrorista, las quiebras y la crisis económica mundial.

Armin Tanzanian, después de haber sido descubierto como impostor delante de todo Springfield, abandona triste la casa de su falsa madre y llega al almacén donde había guardado los trastos de su antigua identidad:

Voy a recuperar mi vida desde donde la dejé

Y a continuación, el antes director Skinner, a sus cuarenta y pico años, se pone la chaqueta de cuero y sale con su moto hacia las calles de Capital City. Yo regresaba a una vida que había conseguido olvidar en Londres, una vida que me gritaba palpitando desde el asfalto caliente y las calles vacías en Agosto en Madrid. Volver a la tormenta en la ventana, a todo el cansancio acumulado en los pasillos de la universidad, volver al silencio, a la causticidad y al horror de pensar que no había cambiado.

La facultad de Filosofía en obras, los estudiantes dispersos y ajenos paseando en las aceras que crepitan. El sabor constante a ceniza y a muerte, "sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido".

Robin de Logsley regresa a su tierra después de la árdua lucha en las cruzadas, Inglaterra le recibe con su palacio en ruinas, su padre muerto y el pobre Duncan ciego y encerrado en una jaula que cuelga del techo entre las ruinas oportunamente humeantes.

Como regresa el héroe, el jugador de Diablo 2, a las ruinas en llamas de la ciudad de Tristán, la ciudad en la que pasó tanto tiempo identificando sus objetos mágicos, comprando otros y escuchando las historias que le ayudarían a completar su misión en los subterráneos del monasterio. Como regresa el héroe para rescatar a Deckard Caín, encerrado también en una jaula y rodeado de demonios malvados con poderes oscuros y aterradores. Yo solía jugar al Diablo 2 antes de irme, cuando las tardes en la universidad sin decir nada y la frase de Milhouse.



¿Cómo se recupera una vida? piensa Frodo angustiado en la oscuridad de Bolsón Cerrado al regresar de su épica misión de destruir el anillo único. Víctima aún de la palpitante herida que le hiciera el espectro en los Túmulos, Frodo se ve obligado a tomar el barco hacia el Oeste, hacia las Tierras Imperecederas.

Como el último viaje de Ulises, aquel que cuenta Dante en la Comedia, cansado de Ítaca, herido por el ansia viajera (un hechizo verde de Magic, la enfermedad de los kenders de la Dragonlance), Ulises se embarca con sus compañeros hacia las Islas Afortunadas. Por solo divisar el horizonte de estas Islas, los dioses hacen naufragar el barco en el océano y Ulises termina su eternidad en uno de esos círculos terribles versificados por Dante - no recuerdo cuál.

Como el último plano de Centauros del desierto, el penúltimo capítulo de La máquina del Tiempo, de H.G. Wells.

En el octavo libro de la Odisea, en la corte de Alcínoo - el rey feacio - un aedo canta a los héroes de la guerra de Troya, Ulises, que en ese momento aún no ha revelado su identidad, llora al evocar la contienda y las penurias del regreso. Alcínoo, sorprendido, le pregunta por qué derrama sus lágrimas cuando:

Los dioses tejen desdichas para que a los seres humanos no les falte algo que cantar.

Las lágrimas me salieron como náuseas cuando era Abril en Madrid y yo aún estaba en otra parte. Como los vagabundos australianos, tararendo Waltzing Matilda, cogí la maleta, el portátil y la guitarra y me vine aquí a Bruselas. Lástima que en el avión no me dejaran llevar la guitarra.