domingo, 17 de mayo de 2009

El Regreso

…la vuelta de los dioses que, después de la cíclica batalla en que nuestra tierra perecerá, descubrirán, tiradas en el pasto de una nueva pradera, las piezas del ajedrez con que antes jugaron.

Jorge Luis Borges, La flor de Coleridge, Otras Inquisiciones.

The Simpsons 4F19, El enemigo de Homer, 7x10 El director y el pillo, Robin Hood, el príncipe de los ladrones, Diablo 2, El retorno del rey, Odisea.

Milhouse, vestido de guardia de seguridad hace la ronda por una fábrica abandonada adquirida poco antes por Bart Simpson. Distraído y dando pequeños sorbos al café, en la noche y entre el ruido leve de las patas pequeñas de las ratas más abajo, exclama con abnegación:

Sí señor, ésta es mi vida, al menos he llegado más lejos que mi padre.


Yo solía repetir esa frase en la cabeza cuando hablaba poco, cuando me sentaba a fumar en el banco de piedra de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, la facultad enterrada en esa pequeña vaguada a las afueras de Madrid, la facultad gris y triste, los tiempos difíciles y las frases cáusticas - como la de Milhouse - que después de un tiempo se revelan huecas y se deshacen ante el horror profundo del caos. Cuando los días aún analógicos, las frases en la cabeza y las miradas esquivas, el suelo de la facultad cubierto de papeles por las huelgas y las manifestaciones en contra de la guerra de Irak, los versos torpes, los versos cáusticos y el empeño absurdo por callarse.

Me acuerdo de esa frase porque resume bastante bien mi vida antes de irme. Por supuesto pasaron batantes años allí en Madrid antes de mi partida, ocurrieron dramas, tragedias, sorpresas y revelaciones, historias, momentos, canciones y labios. Hay una especie de ficción gravitando sobre todo ello ahora. Mi recuerdo se confunde con la ingenuidad de Milhouse diciendo palabras demasiado pesadas para las agradables tardes de dos a tres en Antena 3, todos los días.

No dejo nada en Madrid. Hace unas horas la he llamado, me doy cuenta que desde el mensaje de ayer no me ha contestado, me siento muy estúpido, muy estúpido, cuelgo cuanto antes, espero que te vaya todo bien, cuelgo, me siento estúpido, su silencio, su frialdad, Camino Soria. Nada en Madrid, nada.

Los versos de Antonio Machado: "Tus ojos me recuerdan / las noches de verano / negras noches sin luna / orilla al mar salado" rebotan y se apagan por las calles sucias de Malasaña donde despierto aún borracho antes de irme. Después fue Septiembre y Londres, fue Camden Town, fue el éxtasis y la música electrónica, fue sobre todo el videoclip de Trainspotting con la canción "Think the way" de MC. La ciudad de los espectros, el laberinto roto.

Allí nadie se mira a los ojos cuando camina por la calle vertiginosa y repleta de presente y de urgencia. Allí pudimos escapar de los pasados. Allí aún caminan fantasmas que han conseguido olvidar su tierra arrasada de recuerdos.

Regresé a finales de Agosto del año siguiente. Madrid abrasado y lento, la ciudad conocida por donde me muevoo como si aún llevara las zapatillas de andar por casa, como si aún fuera a la cocina a coger algo del frigorífico. Las frases aburridas de nuevo en español, la cansada y antigua facultad de Geografía e Historia, el calor, la opresión de las paredes y la soledad. Las tormentas por la noche en el silencio de mi habitación con el ritmo de noticias actualizándose en la web, accidente de avión en Barajas, atentado terrorista, las quiebras y la crisis económica mundial.

Armin Tanzanian, después de haber sido descubierto como impostor delante de todo Springfield, abandona triste la casa de su falsa madre y llega al almacén donde había guardado los trastos de su antigua identidad:

Voy a recuperar mi vida desde donde la dejé

Y a continuación, el antes director Skinner, a sus cuarenta y pico años, se pone la chaqueta de cuero y sale con su moto hacia las calles de Capital City. Yo regresaba a una vida que había conseguido olvidar en Londres, una vida que me gritaba palpitando desde el asfalto caliente y las calles vacías en Agosto en Madrid. Volver a la tormenta en la ventana, a todo el cansancio acumulado en los pasillos de la universidad, volver al silencio, a la causticidad y al horror de pensar que no había cambiado.

La facultad de Filosofía en obras, los estudiantes dispersos y ajenos paseando en las aceras que crepitan. El sabor constante a ceniza y a muerte, "sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido".

Robin de Logsley regresa a su tierra después de la árdua lucha en las cruzadas, Inglaterra le recibe con su palacio en ruinas, su padre muerto y el pobre Duncan ciego y encerrado en una jaula que cuelga del techo entre las ruinas oportunamente humeantes.

Como regresa el héroe, el jugador de Diablo 2, a las ruinas en llamas de la ciudad de Tristán, la ciudad en la que pasó tanto tiempo identificando sus objetos mágicos, comprando otros y escuchando las historias que le ayudarían a completar su misión en los subterráneos del monasterio. Como regresa el héroe para rescatar a Deckard Caín, encerrado también en una jaula y rodeado de demonios malvados con poderes oscuros y aterradores. Yo solía jugar al Diablo 2 antes de irme, cuando las tardes en la universidad sin decir nada y la frase de Milhouse.



¿Cómo se recupera una vida? piensa Frodo angustiado en la oscuridad de Bolsón Cerrado al regresar de su épica misión de destruir el anillo único. Víctima aún de la palpitante herida que le hiciera el espectro en los Túmulos, Frodo se ve obligado a tomar el barco hacia el Oeste, hacia las Tierras Imperecederas.

Como el último viaje de Ulises, aquel que cuenta Dante en la Comedia, cansado de Ítaca, herido por el ansia viajera (un hechizo verde de Magic, la enfermedad de los kenders de la Dragonlance), Ulises se embarca con sus compañeros hacia las Islas Afortunadas. Por solo divisar el horizonte de estas Islas, los dioses hacen naufragar el barco en el océano y Ulises termina su eternidad en uno de esos círculos terribles versificados por Dante - no recuerdo cuál.

Como el último plano de Centauros del desierto, el penúltimo capítulo de La máquina del Tiempo, de H.G. Wells.

En el octavo libro de la Odisea, en la corte de Alcínoo - el rey feacio - un aedo canta a los héroes de la guerra de Troya, Ulises, que en ese momento aún no ha revelado su identidad, llora al evocar la contienda y las penurias del regreso. Alcínoo, sorprendido, le pregunta por qué derrama sus lágrimas cuando:

Los dioses tejen desdichas para que a los seres humanos no les falte algo que cantar.

Las lágrimas me salieron como náuseas cuando era Abril en Madrid y yo aún estaba en otra parte. Como los vagabundos australianos, tararendo Waltzing Matilda, cogí la maleta, el portátil y la guitarra y me vine aquí a Bruselas. Lástima que en el avión no me dejaran llevar la guitarra.


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