domingo, 28 de junio de 2009

Ida y vuelta (II)

Lunes 8 de Junio

En la facultad de Geografía e Historia hay una cantidad sorprendente de adolescentes nerviosos que retuercen y arrugan sus apuntes por los pasillos. Descubro después que estos días se celebra el examen de Selectividad en mi facultad y que esa imagen se irá repitiendo hasta que termine yo mis exámenes. Intento estudiar mucho, de verdad lo intento.

Martes 9 de Junio

Donnez-moi quelques nouvelles qui ont attiré ton attention. La profesora de francés me mira expectante. Alrededor, en la sede del CSIM de Donoso Cortés, los estudiantes intentan solucionar sus matriculaciones para los cursos de verano. Ya la hemos liado, me digo. Un mes en Bruselas y sólo he hablado inglés en el trabajo, español con mi compañera de piso y por señas con todos los demás. Me animo aún así y lanzo una diatriba acerca del resultado de las elecciones y la paradógica (paradoxale) situación de un parlamento con mayoría de derechas tradicionalmente nacionalista en un proyecto supranacional y que intenta recoger el valiente legado de la Declaración de los Derechos Humanos y la ciudadanía universal como es la Unión Europea. La profesora es la misma que me hizo la prueba de nivel cuando volvía de Valencia en Octubre. Recuerdo que la parte oral me tocó con un treintañero comprometido socialmente que quería aprender francés para poder comunicarse con los niños marroquíes desarraigados que estaba integrando en la sociedad. Después de eso me pareció bastante absurdo decir que me había pasado el verano en Brighton cobrando por jugar a los videojuegos y me quedé callado. Como aquella vez, evidentemente, la profesora corta mi discurso enseguida y salgo del examen bastante satisfecho.

Los adolescentes siguen rasgándose las vestiduras a las afueras y en los pasillos de la facultad por alguna pregunta inesperada o algún tonto error. En la biblioteca decido que pregunten lo que me pregunten yo voy a hablar de Borges, de la metalingüística, Derridá y Baudrillard. No tengo tiempo para leerme ni la Biblia ni el oscuro libro de Berrio sobre la crítica literaria. Un libro, a todo esto, en la línea de todos los ilustres académicos españoles que se entretienen en pormenorizar dos posiciones enfrentadas y concluyen, como no podía ser de otra manera, que la solución es proponer una teoría que integre a ambas. Lo que probablemente a nadie se le había ocurrido antes.

Miércoles 10 de Junio

Siempre me pongo muy triste antes de los exámenes. Hoy tengo dos. Mis dos últimos exámenes como universitario. De camino en el coche me viene a la memoria la cabecera de los Soprano, una serie que nunca he visto, pero que conozco por la excelente versión de los Simpsons cuando los mafiosos de Springfield se dirigen en coche a asesinar a Homer porque éste es un honesto y eficaz jefe de policía. Así, miro desafiante el campo de golf al Este de la M-30, el parque sindical al otro lado, la verja del palacio de la Moncloa cuando paso por debajo de la nacional VI.

Cinco horas después fumo relajado de camino al coche mientras siento cómo todas las ideas y los esquemas se van resquebrajando y desapareciendo de mi memoria. Los adolescentes preuniversitarios gritan y dan saltos mientras se emborrachan a kalimotxo o sangría, alguna pareja discute y llora un poco apartada de su grupo respectivo, varios chavales han encontrado unas almohadas y juegan a darse puñetazos divertidos porque no les duelen.Voy escuchando en repeat el pasodoble Suspiros de España mientras camino por Principe Pío hacia el parque de Atenas. Junto a la fuente bebemos. Hay un cubo con sangría y los cuatro litros de kali que acabo de comprar en los chinos. Tirados en el césped nos vamos emborrachando y alzándo el tono de voz. Diciéndo todo aquello que nos hemos ido guardando. Por un lado tratan de resolver sucesiones de acertijos largos y complejos en los que hay que preguntar constantemente. Yo participo en un trivial sobre la enumeración alfabética de tipos de máquinas. Vamos bastante borrachos cuando descubrimos toda la gente que se ha ido y la falta de un plan atractivo para la noche. Optamos por Malasaña y una fiesta de despedida Erasmus. Sebas se va cayendo como de costumbre por las aceras mientras trata de blasfemar sentencias cáusticas. Fran va hilvanando paradojas ante el público mientras espera estar suficientemente borracho para su metamorfosis definitiva en showman. Aún quedan amigos dispersos de la fiesta de cumpleaños de Miguel. Aún gente de mi antiguo colegio.

No voy demasiado borracho en La Ofrenda. Hay como siempre alguna canción muy buena después de una larga espera entre el calor y los empujones en el espacio reducido del bar. Hay alguna conversación entre el ruido de la música y los gritos y el entusiasmo de los heavies haciendo que tocan la guitarra. Está la canción estúpida con que nos dan a entender que van a cerrar el bar. Tal vez suena Miña terra galega. Las sentencias en voz alta cuando toda la gente se marcha. Las calles frías de las seis de la mañana. Las cervezas de los chinos. Una voz y acaso un guitarra ya perdidas.

Jueves 11 de Junio

Hacia las once de la mañana discuto con Fran sobre el relativismo histórico de la estética de occidente en un bar casi vacío de Gran Vía. En algún momento nos entusiasmamos y empezamos a hablar en inglés. Un par de señoras comen en silencio sus ensaladas entre el humo de tabaco y nuestra discusión de borrachos de mediodía. Hacia las dos de la tarde despierto confuso en el 133 en Mirasierra. Camino entre el calor y con la vista borrosa hacia casa. Intento dormir un poco antes del viaje, mi avión sale a las 20:00.

Llego a la conclusión de que comprar el billete en Brussels Airlanes ha sido una buena idea cuando en el mostrador me permiten con amabilidad llevar mi guitarra conmigo en el avión sin ningún problema. Me voy desencantando poco a poco cuando nos hacen esperar una hora en la sala de embarque, cuando nos llaman a los pasajeros y nos explican gritando que el avión no puede salir, que hay problemas técnicos, que el siguiente vuelo sale por la mañana y que vayamos a otro mostrador para obtener más explicaciones. Realmente me apetecía estar ya en Bruselas, me caigo de sueño cuando intento que me paguen el taxi para volver a casa ya que -les digo- no voy a disfrutar de la habitación del hotel pagada ya que vivo aquí, en Madrid. Después de la habitual sucesión de pasajeros indignados invocando sus derechos y maldiciendo a la malvada compañía consigo mi taxi y me vuelvo a casa.

Viernes 12 de Junio

He dormido realmente poco. Son las cinco de la mañana. Me toca un taxista chino sorprendentemente hablador que me va comentando el tiempo y preguntando mis motivos de viaje. Casi no puedo hablar. El vuelo sí sale esta vez, cabeceo entre las nubes y me despierto para mirar por la ventanilla los campos verdes de Bélgica mientras descendemos hacia el Aeropuerto Internacional. De nuevo Gare du midi. El metro con la guitarra y el portátil. De nuevo el apartamento en St. Gilles, mi compañera de piso italiana que ya ha terminado su stage y que mira divertida mi pinta de boy scout con bermudas y una funda de guitarra a cuadros. De nuevo la bici hacia Uccle, la voz chillona del jefe y las largas horas cayéndome de sueño. Vuelvo con una alergia espantosa. Moqueo y estornudo junto al gato hasta quedarme dormido en el sillón.

Epílogo: Sábado 13 de Junio

Hacia las seis de la mañana subo por la Avenue Louise junto a varios españoles y un confuso alemán de Erasmus. Mi compañera de piso italiana y su amigo se fueron hace bastante. Yo regresé desde el Recyclart hacia el extraño garito en el que estábamos en busca de la chica de Pamplona que sabía tocar el ukelele. Sorprendentemente conseguí encontrar el bar y a la chica de Pamplona que ensayaba los acordes de Soldadito de Bolivia con el terriblemente complejo y alegre ukelele, terminamos cantando la bamba, que es más fácil, y una repetitiva canción tarantella. La Grand Place desierta y el sonido del ukelele, el chaval que llega de improviso y que saca una guitarra de verdad justo cuando viene la policía y nos anima a recoger el chiringuito. La búsqueda y el camino hacia las seis de la mañana. Discuto sobre el nacionalismo y sobre Madrid. Creo que me emociono demasiado y los españoles periféricos se cabrean y me echan del grupo. Regreso a St. Gilles, la idea de cenar pizza tiene muy buena pinta.

Una hora y media después mi compañero de piso belga me despierta del sillón muy nervioso. La casa está llena de humo. Los demás se van levantando y salen hacia la terraza a respirar un poco de aire. Me he dejado la pizza en el horno.

jueves, 18 de junio de 2009

Ida y vuelta (I)

From Brussels (Charleroi) (CRL) to Madrid (MAD)Thu, 04Jun09 Flight FR5465 Depart CRL at 18:00 and arrive MAD at 20:15

Salida: Jueves 11 de Junio de 2009 , 20:50 hs. desde MADRID,SPAIN (MAD)Terminal :4

Llegada: Jueves 11 de Junio de 2009 , 23:10 hs. a BRUSSELS,BELGIUM (BRU)

Jueves 04 de Junio

El jefe está especialmente pesado esta mañana. Parece que le jode que me vaya una semana a España y no para de mandarme recados con su voz chillona y melódica que siempre le hace merecedor de una buena colleja. A la una y media ya me estoy poniendo nervioso, a menos cuarto recojo el equipo y le encargo Fred la última tontería, yes, yes, to .bmp, .bmp?, .bmp.

Well, I have finished everything (miento), I am sorry, it is not me, it is the university... good bye, good bye.

Cuando ya estoy abriendo la puerta para marcharme escucho la voz chillona del jefe: Chocolate!, me vuelvo; what?; you are carrying chocolat to Spain?; ah, sí, sí, mucho chocolate, hala, hasta luego. Pedaleo con ritmo hasta casa. Llamo al timbre. No hay nadie, perfecto, las llaves las tiene Fran, llamo al móvil. Mientras suenan los tonos voy pensando en el recorrido de la señal desde Bélgica hasta España y hasta Bélgica otra vez. Vaya pasta. Fran, capullo, dónde coño estás; ya llego, ya llego. Mientras viene me siento en un banco y escribo a mis compañeros de piso diciéndoles que me voy a España, que tengo que terminar la carrera, que les dejo los euros de la luz y que me cuiden la bici. Para despedirme y para que se note que he aprendido francés termino con un cáustico: Madames, Monsieurs, recevez l´expression de mes salutations distinguées.

Fran llega finalmente. Gare du Midi. Sospecho que el conductor del autobús hacia Charleroi es el mismo que el del primer día en Bélgica, sonriendo indiferente mientras me liaba preguntando si su autobús iba a Bruselas o no. En el mostrador de Ryanair le hacen pagar a Fran 40 euros de más por alguna estupidez que nadie quiere hacernos entender. Al embarcar hacemos cola para encajar las maletas en el contenedor de metal inquisitivo de Ryanair. Ryanair nos bombardea durante todo el vuelo con todo tipo de productos y promociones aburridos y absurdos. El vuelo de Ryanair FR5465 llega a Madrid con media hora de retraso. Decido no volver a Bruselas con Ryanair y me compro un billete con Brussels Airlines.

Madrid caluroso y seco. Como siempre que regreso miro desde el avión todos los campos de cultivo y me entretengo buscando Torres de la Alameda, el pueblo donde María Jesús daba clases de lengua y literatura. Giramos a la derecha en la Avenida de la Ilustración - al fondo quedan los arcos y la Vaguada - miro de nuevo el hotel que tapa la vista de la sierra desde mi habitación, escucho de nuevo su fuente y las voces animadas y elitistas de los huéspedes. Mi habitación está contenida en varias cajas dispersas por el suelo. Hay papeles dispersos por la mesa, el ordenador, el Starcraft con el que paso la noche mientras la fuente y los ruidos fuera.



Viernes 5 de Junio

Subo por Cea Bermúdez y localizo el Instituto de Ciencias de la Educación siguiendo a una compañera de clase que creo reconocer. En la secretaria me entregan el justificante de las prácticas para mi tutora, me dicen que no tienen mi título y ni siquiera me felicitan por haber aprobado, como yo pensaba.

Trato de sacar algún plan adelante durante la tarde. Algún plan que mejore la triste despedida cuando el Madrid había perdido frente al Barça y la calle estaba repleta por Sol pocas horas antes de la salida de mi vuelo. Llamo desde la Vaguada, el centro comercial al que siempre he regresado como a un refugio donde los colores chillones y la felicidad aséptica, compro un regalo para mi hermana, miro las novedades en juegos de ordenador. Del Starcraft 2 no se sabe nada todavía.

El Museo del jamón de Gran Vía está repleto de gente que grita y mantiene discusiones acaloradas. Voy por la tercera cerveza cuando relato alguna aventura por el extranjero, cuando pregunto cómo van las cosas por Madrid. Nunca pasa nada en Madrid, pienso circunspecto. Pero sé que no es verdad. Sé que unicamente yo no estoy allí. El plan se presenta tranquilo. Cuando cierran el bar vagabundeamos por las calles aledañas a Gran Vía en busca de un lugar donde tomar la última. Blanca y su amiga ya se han ido. Miguel y Torralba conversan sobre el trabajo y la vida. Al otro lado se ha suscitado un debate acerca del aborto y de las nuevas leyes. Estamos solos en el bar, subiendo por la calle Leganitos. Casi como un acto reflejo invito a todos a las cañas, debe de ser una de las primeras veces.

Sábado 6 de Junio

Llego borracho a las diez de la noche a casa. Nos hemos inflado a mojitos por las calles y terrazas de la Latina. He gastado mis últimas libras que traje de Londres. Aquellas de Gatwick la larga noche de regreso de Chipre. Desde la Cava Baja y LaTina Turner, las tapas y las cañas escuchando el español alrededor por las calles repletas de gente y el buen tiempo. Regreso borracho a las diez de la noche. Tocan los Suaves en Aluche a esa hora. Mañana tengo que estudiar, examen el Martes, exámenes el Miércoles, Asturias, Bruselas otra vez. La Latina alegre, los ruidos frenéticos de platos y tenedores, los gritos para captar la atención del siempre atareado camarero a las tres de la tarde. Siempre que regreso me acecha la duda de lo que he dejado en Madrid. De si hubiera merecido la pena quedarse y por qué, por quién. La borrachera pausada del ron a las diez de la noche y la fuente del hotel, las conversaciones animadas que suben hasta la ventana de mi habitación, la noche cálida. Escribo, como tantas otras veces, un mensaje a Cristina. Recuerdo la noche en que la escribí un fragmento de Los caminos de la tarde, hace algunos años. Mientras tecleaba concentrado en el metro debí de quedarme dormido, el metro se averió y me desperté confuso en las cocheras rodeado de trenes vacíos y sin saber muy bien dónde estaba. Durante la vuelta borré todos sus mensajes y su número. Cristina responde, está estudiando. Yo también debería estudiar mañana.

Domingo 7 de Junio

El polvo me da una alergia espantosa. Estornudo y moqueo mientras traslado enfadado las cajas desde mi habitación hasta el trastero. Cuando están todas allí me dedico a abrirlas una a una en busca del CD original del Starcraft Broodwar que quiero llevarme a Bruselas. El CD no aparece. Subo triste a mi habitación vacía. Intento estudiar con los ojos y la nariz enrojecidos. Crítica literaria II con Berrio, la Biblia y su repercusión en la literatura occidental, a veces tengo que parar y limpiar las páginas manchadas por las lágrimas que van cayendo.

miércoles, 3 de junio de 2009

Noche en la ciudad

Después de dos semanas trabajando y pedaleando sin descanso decido conocer la ciudad de noche. Tras investigar un poco por internet y escuchar concentrado los oportunos consejos de mi profesora de francés, opto por los conciertos de Botanique. Sábado 16 de Mayo, el programa parece interesante, grupos folk-rock-pop y una carpa donde se desarrollará el atractivo concepto after-party. El concierto folk-rock-pop comienza a las 8 de la tarde, el grupo se llama Soy un caballo. A mí siempre me ha gustado el folk, desde que era joven y me iba a emborrachar a Ortigueira con las gaitas por las calles y el puerto y la lluvia y el camping repleto de punkis y de raves de andar por casa. También el rock, por supuesto, incluso me compré una guitarra eléctrica con la que aprendí a tocar Barricada y a bailar en los bares de heavys. Y el pop por último, por muy malo que sea, siempre se deja escuchar.


Tomo unas cervezas en casa antes de salir. Para coger valor. Las Westmalles y Leffes van bajando entre Recuerdos de la Alhambra, The passenger, Pongamos que hablo de Madrid. Pienso en escribir a España. En escribir a personas a las que no escribiría de no ser porque estoy lejos y tal vez melancólico. It ain´t me babe, de Bob Dylan. Mi compañera de piso francesa entra con su compra y sus ojos grandes que no entienden mis balbuceos. Me siento bastante estúpido emborrachándome solo entre la música y los cigarrillos y decido recoger el equipo y marcharme, ya es casi la hora.


Atravieso Chausée de Forest, el club Mini foot donde los turcos juegan a mirarse a ver quién es más duro. El metro con los cascos y canciones que he escuchado desde que dejé Madrid, desde Londres y los autobuses aburridos que se mueven por los pueblos de Soria. Llego a Botanique con tiempo, Botanique, donde el hostal Van Gogh y la primera noche en Bruselas, las calles vacías de Domingo, mojadas, las búsquedas y los teléfonos y aquella cajera que me hablaba sonriendo en portugués. En la entrada del lugar hay congregada una pequeña multitud confusa y varios puertas severos que se balancean lentamente. Entro decidido y borracho, bajo las escaleras y espero en la cola entre grupos de jóvenes dicharacheros que se miran suficientes conscientes de lo que molan. Las entradas para la after party se han terminado, no queda más remedio que el grupo pop-rock-folk: Un tickét pour Soy un caballo s´il vous plait. Subrayo lo de Soy un caballo, para que se note que lo digo bien, vingt eurós, merci, vous suivez tout de suite et c´est la porte à la droit.

Al fondo a la derecha. Noto que me voy alejando de las carpas, las risas y los gritos de fuera, noto que la luz se va tornando tenue y que comienzan a aflorar personajes con camisas hawaianas y parejas tiernamente de la mano. La sala tiene pinta de coffe shop indio o de un fumadero de opio, tal y como los imagino, ya que nunca he estado en ninguno, con muchos cojines y alfombras e instrumentos extraños de curiosos, pero nada melódicos seguramente, sonidos. Soy un caballo está compuesto por una cantante inglesa a la guitarra que apenas habla francés y un hippie barbudo al piano. Me da la sensación de estar escuchando Blowing in the wind constantemente así que decido seguir a lo mío y emborracharme hasta cantar solitario por las calles extrañas. En la sala, como era de esperar, no se puede beber ni fumar, e incluso temo, ingerir productos cárnicos. Salgo en dirección a la música electrónica, a las carpas estériles, a la gente con gafas de sol y rezumando éxtasis por sus poros. Pido una cerveza y me siento en las escaleras del jardín, fumo, admiro un poco el ocaso sobre la excelente vista de Bruselas desde ese sitio, un poco los ritmos atenuados que salen de la carpa donde la gente lo estará probablemente dando todo. A pesar de la borrachera no me decido a hablar con nadie, acaso voy pensando en España, en la siguiente cerveza, en el mp3 de mi bolsillo y el concierto aburrido al que tendré que regresar.

A la vuelta han sustituido al barbudo hippie por un grupo diverso y no menos hippie de instrumentos folclóricos entre los que destaca únicamente una especie de estantería con algo parecido a vasos de cristal o pequeños tambores que ya no distingo entre la borrachera, la oscuridad y los sonidos repetitivos y extraños de la duodécima versión de Blowing in the wind que estoy escuchando. A mi alrededor poperos gafapastas hacen gestos mecánicos entre la indiferencia y la aceptación tácita de lo que ven. El concierto se alarga hasta lo insoportable entre las ganas de fumar y la lentitud y la repetición. Espero a los aplausos entre canción y canción y me marcho de allí.

De nuevo Botanique. Deben de ser las once de la noche. La noche cálida, los grupos de jóvenes alzando la voz, mis pasos solo, el metro, otra vez, el metro hacia Porte de Namur, por supuesto, Chausée d´Ixelles, la calle sinuosa y en bajada, Place Flagey, Flagey reformada y nueva, el café Belga de enfrente, el bar irlandés donde acabo bebiendo solo una pinta mientras el Madrid pierde ante el Villarreal y la peña del barça allí reunída da palmas y gritos eufóricos. El bar irlandés de los chupitos de tequila a tres euros, el bar irlandés mientras la plaza en obras, destripada, mientras Maude allí enfrente en el café Belga escuchando indiferente y arrogante otro concierto de poperos gafapastas con guitarra, allá lejos, lejos sus ojos azules y sonrisa de lolita, su silencio al caminar entre las vías de la plaza en obras cuando sabíamos que no íbamos a volver a vernos. Cuando la noche después se volvió oscura y era el tequila y los bares y la gente extraña, el autobús, las vías sobre la plaza desnuda, el frío de Bruselas a esa hora, después, cuando regresábamos y nos perdimos y tuvimos que dormir en un cajero.

Merci beaucoup, Maude, merci beaucoup.

Miro de lejos el café Belga con la terraza repleta y la gente animada. Silbo borracho el trémolo de Narciso Yepes mientras Recuerdos de la Alhambra. Regreso. El concierto ha sido decepcionante.