miércoles, 3 de junio de 2009

Noche en la ciudad

Después de dos semanas trabajando y pedaleando sin descanso decido conocer la ciudad de noche. Tras investigar un poco por internet y escuchar concentrado los oportunos consejos de mi profesora de francés, opto por los conciertos de Botanique. Sábado 16 de Mayo, el programa parece interesante, grupos folk-rock-pop y una carpa donde se desarrollará el atractivo concepto after-party. El concierto folk-rock-pop comienza a las 8 de la tarde, el grupo se llama Soy un caballo. A mí siempre me ha gustado el folk, desde que era joven y me iba a emborrachar a Ortigueira con las gaitas por las calles y el puerto y la lluvia y el camping repleto de punkis y de raves de andar por casa. También el rock, por supuesto, incluso me compré una guitarra eléctrica con la que aprendí a tocar Barricada y a bailar en los bares de heavys. Y el pop por último, por muy malo que sea, siempre se deja escuchar.


Tomo unas cervezas en casa antes de salir. Para coger valor. Las Westmalles y Leffes van bajando entre Recuerdos de la Alhambra, The passenger, Pongamos que hablo de Madrid. Pienso en escribir a España. En escribir a personas a las que no escribiría de no ser porque estoy lejos y tal vez melancólico. It ain´t me babe, de Bob Dylan. Mi compañera de piso francesa entra con su compra y sus ojos grandes que no entienden mis balbuceos. Me siento bastante estúpido emborrachándome solo entre la música y los cigarrillos y decido recoger el equipo y marcharme, ya es casi la hora.


Atravieso Chausée de Forest, el club Mini foot donde los turcos juegan a mirarse a ver quién es más duro. El metro con los cascos y canciones que he escuchado desde que dejé Madrid, desde Londres y los autobuses aburridos que se mueven por los pueblos de Soria. Llego a Botanique con tiempo, Botanique, donde el hostal Van Gogh y la primera noche en Bruselas, las calles vacías de Domingo, mojadas, las búsquedas y los teléfonos y aquella cajera que me hablaba sonriendo en portugués. En la entrada del lugar hay congregada una pequeña multitud confusa y varios puertas severos que se balancean lentamente. Entro decidido y borracho, bajo las escaleras y espero en la cola entre grupos de jóvenes dicharacheros que se miran suficientes conscientes de lo que molan. Las entradas para la after party se han terminado, no queda más remedio que el grupo pop-rock-folk: Un tickét pour Soy un caballo s´il vous plait. Subrayo lo de Soy un caballo, para que se note que lo digo bien, vingt eurós, merci, vous suivez tout de suite et c´est la porte à la droit.

Al fondo a la derecha. Noto que me voy alejando de las carpas, las risas y los gritos de fuera, noto que la luz se va tornando tenue y que comienzan a aflorar personajes con camisas hawaianas y parejas tiernamente de la mano. La sala tiene pinta de coffe shop indio o de un fumadero de opio, tal y como los imagino, ya que nunca he estado en ninguno, con muchos cojines y alfombras e instrumentos extraños de curiosos, pero nada melódicos seguramente, sonidos. Soy un caballo está compuesto por una cantante inglesa a la guitarra que apenas habla francés y un hippie barbudo al piano. Me da la sensación de estar escuchando Blowing in the wind constantemente así que decido seguir a lo mío y emborracharme hasta cantar solitario por las calles extrañas. En la sala, como era de esperar, no se puede beber ni fumar, e incluso temo, ingerir productos cárnicos. Salgo en dirección a la música electrónica, a las carpas estériles, a la gente con gafas de sol y rezumando éxtasis por sus poros. Pido una cerveza y me siento en las escaleras del jardín, fumo, admiro un poco el ocaso sobre la excelente vista de Bruselas desde ese sitio, un poco los ritmos atenuados que salen de la carpa donde la gente lo estará probablemente dando todo. A pesar de la borrachera no me decido a hablar con nadie, acaso voy pensando en España, en la siguiente cerveza, en el mp3 de mi bolsillo y el concierto aburrido al que tendré que regresar.

A la vuelta han sustituido al barbudo hippie por un grupo diverso y no menos hippie de instrumentos folclóricos entre los que destaca únicamente una especie de estantería con algo parecido a vasos de cristal o pequeños tambores que ya no distingo entre la borrachera, la oscuridad y los sonidos repetitivos y extraños de la duodécima versión de Blowing in the wind que estoy escuchando. A mi alrededor poperos gafapastas hacen gestos mecánicos entre la indiferencia y la aceptación tácita de lo que ven. El concierto se alarga hasta lo insoportable entre las ganas de fumar y la lentitud y la repetición. Espero a los aplausos entre canción y canción y me marcho de allí.

De nuevo Botanique. Deben de ser las once de la noche. La noche cálida, los grupos de jóvenes alzando la voz, mis pasos solo, el metro, otra vez, el metro hacia Porte de Namur, por supuesto, Chausée d´Ixelles, la calle sinuosa y en bajada, Place Flagey, Flagey reformada y nueva, el café Belga de enfrente, el bar irlandés donde acabo bebiendo solo una pinta mientras el Madrid pierde ante el Villarreal y la peña del barça allí reunída da palmas y gritos eufóricos. El bar irlandés de los chupitos de tequila a tres euros, el bar irlandés mientras la plaza en obras, destripada, mientras Maude allí enfrente en el café Belga escuchando indiferente y arrogante otro concierto de poperos gafapastas con guitarra, allá lejos, lejos sus ojos azules y sonrisa de lolita, su silencio al caminar entre las vías de la plaza en obras cuando sabíamos que no íbamos a volver a vernos. Cuando la noche después se volvió oscura y era el tequila y los bares y la gente extraña, el autobús, las vías sobre la plaza desnuda, el frío de Bruselas a esa hora, después, cuando regresábamos y nos perdimos y tuvimos que dormir en un cajero.

Merci beaucoup, Maude, merci beaucoup.

Miro de lejos el café Belga con la terraza repleta y la gente animada. Silbo borracho el trémolo de Narciso Yepes mientras Recuerdos de la Alhambra. Regreso. El concierto ha sido decepcionante.




2 comentarios: